Es hora de soltar lastre y… ¡avanzar!

El dolor es natural e inherente al ser humano. Procede del inventario de pérdidas que sufrimos a lo largo de nuestras vidas, y también a consecuencia de las interpretaciones que hacemos sobre lo que observamos en nuestra experiencia vital. Sea como sea y proceda de donde proceda debemos darle cabida y salida, comprendiendo que su aparición en nuestras vidas tiene un propósito y un sentido

Sin embargo, a veces ocurre que no sabemos gestionarlo y pasa a quedarse “enquistado”, pudiendo ocasionar el padecimiento de enfermedades y síntomas físicos por un lado; o el ingreso a un progresivo estado mental de continuo malestar. En este caso ya no hablamos de dolor: el sufrimiento ha hecho acto de presencia en nuestra vida.

¿Cómo puedes detectar que tu vida se ha quedado anclada en el sufrimiento?

  • Amargura.

Vives el día a día con normalidad, pero siempre hay en ti un trasfondo de tristeza. Hay una sensación de angustia y malestar latente, que puede emerger ante cualquier contratiempo de la vida diaria, elevando ese nivel de malestar a una intensidad que es desproporcionada con respecto al suceso que estás experimentando en el presente.

  • Victimismo y queja.

En tus conversaciones es frecuente sacar a colación los motivos de tu sufrimiento. Para ti son razones “de peso”, incluso a veces puedes llegar a considerarte un ser desgraciado y susceptible de lástima. Por otro lado, todas las soluciones que te proponen jamás te sirven. Te niegas a recibir ayuda porque sientes que tus motivos son importantes y muy reales para sentirte como te sientes. Y ante eso… “no se puede hacer nada”.

  • Aislamiento.

En el extremo contrario de la queja, quizá tiendes a poner distancia entre tu persona y el resto del mundo. La actitud de victimismo es la misma, solo que no la expresas. En ambos casos la persona está pendiente únicamente de sí misma, concediéndose excesiva importancia y situándose en el ombligo del mundo como la más desgraciada. En este caso, tampoco pides ayuda por “no molestar”, incluso crees que no la necesitas o que lo que te digan no te hará sentir mejor.

  • Pesimismo.

Eres incapaz de sentirte bien con todo lo bueno que hay en tu vida en este momento. Sí, eres capaz de enumerar todas las cosas positivas, pero no son suficientes para hacerte sentir bien… las negativas tienen un enorme peso y son mucho más importantes para ti.

  • Tu mente está en el pasado.

Muchas de las razones de tu malestar se encuentran en el pasado. Pérdidas, rupturas, etc., que hace años que ocurrieron y siguen activas en tu mente como el primer día.

  • Pérdida de rumbo.

No tienes claro lo que deseas en tu futuro y/o no hay nada que te motive. No encuentras un propósito o la esperanza te ha abandonado.

  • Miedos.

La mala gestión de tus situaciones dolorosas del pasado te han hecho mirar hacia el futuro con temor, ante la posibilidad de que te vuelva a ocurrir lo mismo. El miedo es un recuerdo de dolor que se proyecta al futuro. Esto hace que te conviertas en un ser retraído, cerrado, incapaz de abrirte a nuevas experiencias similares a las acontecidas.

  • Incapacidad de volver a ser feliz.

Puede ser que tengas miedo a ilusionarte o a sentirte bien de nuevo, no vaya a ser que la vida te vuelva a dar otro “susto”. Desde luego, si hay un Dios ahí arriba solamente ha puesto el ojo en ti y definitivamente te ha cogido manía.

  • Resistencia.

Sientes que tu vida es horrorosa y que no te mereces que te haya ocurrido todo aquello. Sigues “peleando” con el mundo, envuelt@ en un sentimiento de rabia e injusticia. Sin duda, la vida de los demás es mucho mejor que la tuya.

 

Ahora recuerdo que allá por mis 13 o 14 años escuché una conversación entre los “mayores” haciendo inventario de sus dolores y desgracias… ¡A cuál más desdichado! Parecía que hasta competían por ser el peor. Por aquel entonces no podía comprender cómo era posible que no alcanzaran a ver la vida como yo la veía: divertida, excitante, emocionante y llena de cosas por explorar y alcanzar.

Ahora ya de adulta recuerdo esta conversación…, y sí, entiendo por qué se sentían así… porque todo lo que no dejas ir, lo cargas. Y todo lo que cargas… te pesa. Y todo lo que te pesa… ¡termina por hundirte!

“Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la consciencia cósmica a que los reproduzcan tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete. Lo que aceptas, te transforma” Carl Gustav Jung.

Todos hemos vivido y quizá vivamos experiencias desagradables en nuestras vidas. Pero si seguimos llenando la mochila de “agravios vitales” sin resolver, llegará un momento en que esta mochila va a pesar demasiado y no vamos a poder más con ella. Entonces será ella la que pueda con nosotros. Es hora de soltar lastre y… ¡avanzar!

Fuerza y… ¡adelante!

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